Parece mentira que después de todo lo vivido, algun@s sigamos cayendo una y otra vez en el mismo error. Confiamos, confiamos y confiamos en las personas, a sabiendas de que aproximadamente un 99% va a acabar decepcionándonos… Y sin embargo, algun@s, seguimos confiando. A esto ya me he acostumbrado. Es mi forma de ser y me es imposible variarlo, aunque lo intente. Sé que seguiré confiando en las personas, porque siempre mantendré la esperanza de encontrarme con alguna que realmente merezca la pena (Y como a veces aparecen… Pues yo ahí… en mis trece).
Pero en este caso, una vez más, la vida, la suerte, el destino o quién sabe qué, ha decidido que sería buena idea cruzar en mi camino una persona más… Alguien que yo, en el fondo, tenía la esperanza de que perteneciera a ese 1% de los que no me van a fallar. O por lo menos, que si fallan, sean capaces de reconocer el error, e intentar repararlo.
Pero no. Una vez más, he vuelto a confiar en quien no debía. He vuelto a pensar que todo el mundo posee los valores que ese Ángel de la Guarda que afortunadamente tengo, supo inculcarme una vez, en vida. Ésos que dicen que debes ser fiel siempre a ti mismo, a tus sentimientos e ideas, y respetar siempre el hecho de ser coherente con ellos: Si quieres a alguien, entrégate al 200% con todas las consecuencias; y si consideras que alguien no te conviene, apártalo de tu camino, intentando no herirle, por supuesto, aunque sin olvidar el objetivo de quitarlo de en medio.
Y en mi caso, he vuelto a permitir que quien no me conviene, haya estado en mi camino más tiempo del debido, llegando a adquirir cierta relevancia en mi vida. Craso error. Porque esto sólo conduce a que, cuando llega el inevitable momento de apartarlo definitivamente, sea más duro hacerlo.
Hoy, en plena recuperación de las fiestas carnavaleras (magníficas como siempre, por cierto), ese momento fatal, llamó al telefonillo anunciando su inminente llegada. Después de unos instantes de duda, de rabia, de impotencia, ante una enorme sarta de justificaciones, excusas y “es ques” y “porques” desconcertantes y sin sentido, no hubo margen de maniobra y todo quedó súper claro: De nuevo, una de esas personas en quien, hasta el final, he intentado confiar y dar la oportunidad de reaccionar, vuelve a defraudarme y decepcionarme de la manera más radical. Sin opción a nada más. Punto y final.
¿Y qué se supone que debo hacer en ese momento? Pues no lo sé… Esto a mi Ángel de la Guarda se le pasó por alto explicármelo… O quizás, más bien, no le dio tiempo a hacerlo...
Así que me toca lidiar nuevamente con la decepción como buenamente pueda. Luchar otra vez contra el hecho de no comprender por qué las cosas se complican de la manera en que a veces lo hacen… Y volver a pasar página como en otras ocasiones me ha tocado hacer.
Ya llevo unas cuantas, la verdad… Aunque también estoy convencida de que todavía me quedan un feixe de tomos y tomos por completar… Páginas y páginas que seguir pasando, cada una de ellas con su particular decepción, traición, desilusión…
Pero me consuela pensar que no todo tiene por qué ser malo en momentos como éste. Cada página que me toca pasar incluye también una lección aprendida que, de una manera o de otra, me ayuda a prepararme para la siguiente. Algunas lecciones se hacen más difíciles de asimilar que otras, no lo voy a negar… Pero todas ellas, al final, terminan por servirme para pasar páginas venideras, que todavía no han llegado, pero que en algún momento estarán ahí, todas enteritas, y para mí solita…
Así pues, intentemos seguir a pies juntillas otra de las enseñanzas de mi Ángel de la Guarda: “de lo negativo, siempre acaba saliendo algo positivo.”
¿La lección aprendida hoy…? Cuando ves que algo para lo que has invertido todo tu esfuerzo, pero que no sólo depende de ti, empieza torcido, avanza torcido y termina torcido; intentar empezarlo de nuevo en las mismas condiciones es tiempo perdido… Porque muy probablemente no eras tú quien lo estaba torciendo…”.